lunes, 10 de enero de 2011

CON LA MIRA EN LOS PERDIDOS

CON LA MIRA EN LOS PERDIDOS
Abraham W. Barrera Bakit
PASTOR
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Salmo 126:5-“Las lágrimas que derramamos cuando sembramos la semilla se volverán cantos de alegría cuando cosechemos el trigo.” (TLA)

Salmo 126:6.- “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; Mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas.” (RV60)

Salmo 126:6.- “El que llorando esparce la semilla, cantando recoge sus gavillas.” (NVI)

Salmo 126:6 “Al ir, va llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando trayendo sus gavillas.” (Biblia de Jerusalén)

A menudo tenemos muy presente que Dios nos mandó a recoger la cosecha. Sin embargo, a veces nos olvidamos que esa «cosecha» es gente de carne y hueso que va rumbo hacia la muerte eterna.

¿Qué esta haciendo para mantener su mirada en ellos?

¿Alguna vez ha experimentado una tragedia repentina descargarse como un rayo en su vida?

• ¿Ha sentido cómo se hace pedazos la serenidad?

• ¿Cómo reordena la escala de valores?

• ¿Cómo da pie a vastas preguntas sin respuesta?

Este fue el impacto sufrido por un joven granjero y su esposa. La historia se desarrolla en Kansas, donde los dorados trigales de la nueva granja se extienden en todas las direcciones más allá del horizonte.

La campana que anuncia la cena suena por segunda vez, y por tercera vez. Pero Miguel no aparece. El es el único hijo en la familia... y siempre el primero en sentarse a la mesa.

Alarmados, marido y mujer caen en la cuenta de que durante varias horas ninguno de los dos ha visto a Miguel. Sienten el pánico en la boca del estómago. Corren al granero, al dormitorio del niño, al patio, y hasta buscan en el pozo, siempre llamándolo con desesperación.

Hay un solo lugar donde resta buscar, y los esposos corren al porche de la casa. Fijan sus ojos en el interminable campo, temerosos de que Miguel se hubiera perdido en los trigales.... Era demasiado pequeño como para poder ver por encima de las espigas de trigo maduro y hallar el camino a casa... Era demasiado pequeño como para que lo vieran quienes lo buscaban. Nadie puede detener el crepúsculo, que disminuye la visión del panorama cada vez más... y desvanece las esperanzas.

Se corre la voz, y antes del amanecer docenas de vecinos se unen a la búsqueda. Algunos caminan entre los trigales en dirección al pueblo cercano..., otros van hacia el molino de aquel vecino alejado. Entre los trigales, algunos van de a dos... otros solos.., pero todos llaman a Miguel con desesperación. Resignada, su mamá se queda en casa esperando y orando a Dios, rogándole que su hijo regrese.

Es difícil no pensar en lo peor cuando otro día de calor agobiante termina y da paso a otra oscura noche. Las luciérnagas y los grillos comienzan una triste serenata en el silencio negro. La noche es húmeda y sofocante... y llena de temores que asechan.

Las horas pasan. La única alternativa es suspender la búsqueda hasta el alba... soportando otra noche larga y angustiosa.

Tan pronto sale el sol, comienza el calor abrasador. El termómetro ya marca más de 25° centígrados. Cientos de personas de pueblos vecinos llegan a la casa, esperando la noticia de que Miguel ha sido hallado. Sin embargo, sólo hay mapas e instrucciones para el nuevo día de búsqueda.

El sol sigue su curso por el cielo, y otro día de intenso calor queda atrás... pero Miguel no ha aparecido.

Es la mañana del tercer día. Todos bajan la mirada pues no hay palabras de esperanza para la familia. Las conversaciones son breves, casi en susurros.

Sin querer darse por vencido, alguien sugiere tomarse de las manos y formar una única hilera para así caminar por los trigales una vez más. De esta manera no se pasaría por alto ni un centímetro. Acalorados, exhaustos pero con determinación, todos están de acuerdo.

Pasa una hora... y otra. Pronto llega el mediodía. A lo lejos se oye un grito que irrumpe en la silenciosa búsqueda. íAcá está! ¡Lo encontramos!

El paso rápido del papá se convierte en una apresurada carrera. Su corazón late con una mezcla de esperanza y temor. Esperanza de que su hijo esté vivo. Temor de que no lo esté.

Respira con dificultad y por fin llega hasta donde está su pequeño hijo. Cae de rodillas y con ternura lleva a su pecho el cuerpo sin vida de Miguel. Con lágrimas en su rostro transpirado llora diciendo una y otra vez:

«¿Por qué no nos tomamos de las manos antes? ¿Por qué no nos tomamos de las manos antes?»

El pequeño cuerpo de Miguelito se halla inerte en los brazos de su papá... con los ojos fijos. De acuerdo al médico forense, Miguel había muerto por deshidratación al menos 24 horas antes.

No recuerdo dónde escuché o leí esta historia, ni siquiera sé si es verdad. Pero cierta o no, su impacto hace pedazos nuestra serenidad..., reordena nuestra escala de valores... y da pie a vastas preguntas sin respuesta.

En este mensaje sólo quiero referirme al reordenamiento de la escala de valores. A través de los siglos, millones de oraciones se han elevado obedientemente al cielo pidiendo que Dios envíe obreros a los campos que están «listos para la siega».

Nuestra propia respuesta al llamado del evangelio es resultado de esas oraciones.

Sin embargo, después de que los cristianos van a los trigales del ministerio, a menudo pierden de vista el propósito. Permítame mencionar algunas situaciones que nos hacen pasar de largo por los Migueles que están muriendo en sus pecados.

En primer lugar, cuando van al campo de labor, las personas a menudo llevan consigo razones personales, secretas.

Comienzan a soñar con lo lindo que sería tener una granja nueva como el granjero de nuestra historia. Pronto planean cómo lograr el éxito en vez de idear cómo hallar a los pequeños Migueles que muchas veces pasan inadvertidos.

O tal vez se obsesionan con encontrar a Miguel a fin de ser famosos cuando aparezca su fotografía en los periódicos como el héroe o la heroína de la búsqueda.

Cada líder inicia el ministerio con motivos personales. Algunos de esos motivos están tan arraigados que la persona ni siquiera sabe que los tiene. El yo es el punto central de esas razones.
No nos irá bien en el calor abrumador del ministerio, cuando estamos preocupados por cómo progresar en lo personal en lugar de cómo hallar y salvar a Miguel.

Quizás la oración constante debiera ser: «Examíname, oh Dios, y revela mis motivos egoístas, para que me arrepienta y sea un siervo puro que busca a los pequeños Migueles que están perdidos.»

En segundo lugar, las personas sólo buscarán a los Migueles si se benefician en forma directa, o si se benefician sus ministerios. Los cientos de granjeros que gratuitamente ofrecieron su tiempo para buscar a Miguel, estaban perdiendo días de trabajo en sus propias granjas. No había manera de redimir el tiempo perdido. Fue un sacrificio que hicieron. Las recompensas para buscar a los Migueles se darán en la eternidad. Dios recuerda quién sembró, quién regó, quién cosechó.

Nosotros debemos sembrar la semilla en todo lugar, regar todo lo que está a la vista, dejar que el trigo y la cizaña crezcan juntos, sin descanso buscar a los perdidos.

Nuestra tarea no es juzgar ni dividir ni decir: «Buscaré a Miguel de la manera que yo quiera.» No. Nuestra comisión es ir. lr al campo. Buscar... ‘Llamar... Invitar... «Y el Espíritu y la esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente». Apocalipsis 22:17

Alguien sería muy cruel si le dijera al papá de Miguel: «Ayudaré a buscarlo siempre que, en caso de encontrarlo vivo, en el futuro él trabaje en mi granja.»

En tercer lugar, las personas a menudo distraen su atención en la teología de la búsqueda, y esta nunca se completa. ¿Puede imaginarse a los granjeros pasar tres días discutiendo sobre cómo buscar a Miguel en vez de buscarlo?

Mientras tengamos mentes inteligentes, pero que han caído en pecado, nunca nos pondremos de acuerdo en todas las cuestiones doctrinales ni en la metodología del ministerio. Sin embargo, no tenemos excusa para congregarnos a un lado de los trigales, debatiendo planes que nunca se realizarán, o iniciando peleas allí mismo.

La historia de la iglesia está inundada de restos y despojos de batallas de las iglesias. Mientras una cuestión está sobre el tapete, hay otra docena esperando su turno. Las batallas de la iglesia tienden a reciclarse, no así el destino de las personas que entran en la eternidad. Ellas pierden su única oportunidad de ir a Cristo. La comisión es ¡Vayan! De modo que vayamos.

Luego que el Juez haya completado su cosecha, tendremos toda la eternidad para hablar de lo mucho que hicimos y de los desaciertos que tuvimos.

Que las doctrinas sean nuestra pasión, no nuestra prisión.

En cuarto lugar, las personas a menudo no mantienen la mira en aquellos a quienes están buscando, ni en por qué los están buscando. Nuestra comisión es ir al campo de labor e invitar a quienes están muertos en delitos y pecados a tener vida en Jesucristo. Ellos deben confesar, arrepentirse y creer. Cristo perdona y limpia por medio de la sangre que derramó. Dios es quien produce el nuevo nacimiento.

El propósito es que la gente se prepare para gobernar eternamente con Cristo en el Reino que ha de venir. Si bien todos los creyentes tienen responsabilidad civil para con los gobiernos de este mundo, nuestra tarea no es mantener la mira en las condiciones políticas y sociales. Estamos buscando a los Migueles perdidos quienes, una vez que sean hallados, estarán con Cristo cuando él derribe a las naciones y establezca su justo reino.

Imagínese a alguien que está buscando a Miguel y dice a los demás: «Mi perro se extravió. ¿Por qué no dejan de buscar a Miguel y me ayudan a encontrar a mi perro? Luego entonces volveremos a buscar a Miguel.»

Sería absurdo, ¿no es cierto? Pero cuánto más absurdo es que nuestra mira esté en cambiar lo temporal a expensas de lo eterno. Lo temporal nunca es una solución permanente. Lo eterno sí. Cuando se cambia lo temporal nunca se cambia el corazón. El cambio de corazón a la luz de lo eterno siempre cambia lo temporal.

De modo que hacemos mucho más por lo temporal cuando nos cambiamos a lo eterno, encontrando y llevando a Cristo a los Migueles de este mundo.

En quinto lugar, a veces los mismos que encuentran a Miguel son quienes lo matan. «¡Acá está!» exclama alguien. Todos corren a la escena y comienzan a tirar de sus pequeños brazos y piernas. Todos quieren ponerle agua en la boca, el agua de determinada doctrina. Hasta le dicen que no puede vivir sin esta doctrina en particular.

Nuestra tarea es predicar el evangelio. Nada más. ¿Qué verdad puede ser más grandiosa o más profunda que el hecho de que la segunda persona de la Trinidad fue crucificada, muerta, sepultada y resucitada al tercer día? ¿Hay algo que produzca más satisfacción que pasar de muerte a vida? ¿Puede imaginarse algo más maravilloso que «se había perdido, y es hallado»?

La primera víctima en todo conflicto de iglesia es el evangelio de Jesucristo. Todo el tiempo, energía y recursos se destinan a la discusión; las cuestiones pocas veces se resuelven, y Miguel se muere.

El evangelio es poder de Dios para salvación (Romanos 1:16). La cruz y la tumba de Cristo son la más admirable demostración del poder de Dios desde la creación. Lleva de la muerte a la vida. Libra del infierno; no sólo del eterno sino también del presente e interno. Aquí es donde nos vestimos de la justicia de Cristo. Por medio de su trabajo terminado tenemos acceso directo a Dios y lo llamamos “Abba” (papito).

Sé que hay neófitos que corren de prisa a Miguel y casi lo matan atragantándolo con cosas que no necesita. Sin embargo, no debemos demorar nuestra búsqueda al preocupamos por eso. Sólo podemos tratar de proteger a Miguel cuando lo encontremos, y confiar en que el Espíritu Santo lo guiará a toda verdad.

Advertencia

¿Qué tragedia tendrá que ocurrir para que usted se mantenga con la mira en la comisión que dio Cristo? ¿Acaso tendrá que...?

¿ …perder un hijo o una hija?

¿...sufrir un colapso en el liderazgo o en la vida cristiana?

¿...acercarse a la muerte?

O acaso puede rechazar voluntariamente las muchas distracciones y mantener la mira en la búsqueda de Miguel.

Conclusión

Cuando Miguel es el hijo de alguna otra persona, nuestra tendencia es concentrarnos en asuntos que en realidad no tienen importancia. Cuando Miguel es nuestro hijo, de pronto las cuestiones periféricas no importan. Los valores se reordenan. Una sola cosa importa: encontrar a Miguel a tiempo. Los demás oirán que usted llora, diciendo: «Vayan al campo y salven a mi hijo... salven a mi hijo... salven a mi hijo.»

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